jueves, 29 de diciembre de 2011

La distancia exacta.

El primer recuerdo que tengo de Enrique García es una mirada desconfiada y una pregunta directa, "¿Qué poesía lees tú?". La desconfianza, por supuesto, estaba perfectamente justificada. Yo era un niño que aún no había leído nada o casi nada y no tuve otra ocurrencia que decirle que me gustaban los versitos. Creo que, nervioso, atiné a responder que me gustaba Ángel González, y creo también que hubo un atisbo de decepción en sus ojos.

Enrique es tío de mi amigo Joaquín, un compinche de la mocedad que ahora anda por Osuna matasaneando e intentando biencriar a un diablillo de unos cuantos meses. Dios les dé paciencia y tino al padre, a la madre, al niño e incluso al espíritu santo. Precisamente en la boda de Joaquín, hace unos cuantos años, me volví a encontrar a Enrique. Me tocó hablar en la ceremonia —¡qué cosas no se harán por un amigo!— y, al terminar la cosa, Enrique, que me había reconocido, se me acercó y me dijo, tan lacónico como siempre, que se me notaban las horas de pupitre. Sonreí y mantuvimos una charla agradable y cercana sobre la profesión y sobre otros avatares literarios.

Además de ser tío de un amigo y profesor de literatura, dos cosas la mar de importantes, desde luego, Enrique García es también poeta. De aquellos años guardo en casa Primer Libro de Emblemas (Llibros del Pexe, 1995) y hace un par de meses le robé a Joaquín —aunque él cree que me lo ha prestado— La distancia exacta (Ediciones Trea, 2004). Enrique es hombre de escritura lenta y meditada, rítmica, demorada. Me aventuraría a decir que prefiere el silencio a rubricar con su nombre una letra o un poema de más. Esa característica hace que, cuando escribe, lo escrito porte el peso y la calidad de lo largamente meditado. Y eso es lo que, precisamente, me gusta de su poesía.

dejarse
llevar por los objetos que aparecen y esperar
la dorada luz que los inflame
tan de invierno La ventana
instaura un orden y tras ella miro


amorosamente la niebla nos encubre
la decepción del pájaro


en el límite del ser
invoco nombres



Escritura de sentencias que sancionan más la pérdida que la posesión, la ilusión que la certeza. Poemas breves en su mayoría, algunos difíciles y juguetones, exactos. Tengo la sensación, cuando los leo, que Enrique está cerca, aunque no a mi lado; que va recitando para sí y para nadie más los versos; y que yo, si quiero enterarme, si quiero entenderlos y quedármelos, debo robárselos al aire, y siempre me pierdo algo. Pero también sé que eso que yo robo, que eso que me quedo, es algo valioso y útil, esencial.


el otro día también estuve aquí
Entonces había pájaros


Las Arcadias al menos nos ofrecen
el dolor de la pérdida


un hombre se levanta de la cama
Se calza
pesadas botas de trabajo y atraviesa
el arte



Me dice Joaquín que su tío no se lleva con internet, así que no corro el riesgo de que Enrique, si nos volvemos a cruzar algún día, me vuelva a mirar como aquella vez y me diga, con esa honradez y dureza de la gente del norte, que quién soy yo para hablar de él. No sabría qué responderle, solo darle la razón. Sin embargo, después, cuando Enrique se hubiera alejado y mi silencio ya no pesase siquiera ni lo poco que pesó al nacer, me gustaría agradecerle este libro, La distancia exacta, y me gustaría andar unos pasos con él. Así quizás aprendería algo.


errático de luz el aire crea
breve ilusión de otoño entre las hojas
fatigadas de ser acompañándote


exacta la mirada
transparente de luz que nos acoge
solos tras la lluvia


Hondura amor la muerte si nos deja

jueves, 3 de noviembre de 2011

Hace noche de R.R.

Felices, cuyos cuerpos bajo los árboles
yacen en la húmeda tierra,
que nunca más sufren el sol, ni saben
de los cambios de la luna.

Vierta Eolo la caverna entera sobre
el orbe andrajoso,
apedree Neptuno las planas playas
y los erguidos acantilados.

Todo les es nada, y el mismo z
agal
que, acabada la tarde, pasa
bajo el árbol donde yace quien fue la sombra
imperfecta de un dios,

no sabe que sus pasos van cubriendo
lo que podría ser,
si la vida fuese siempre la vida, la gloria
de una belleza eterna.


La unidad dos del libro de Lengua castellana y Literatura de 1º ESO, editorial Anaya, trata el género del sustantivo. En ella, intento explicarles a mis ternascos que no todos los sustantivos —en realidad, son minoría— tienen dos géneros. Solo aquellos en los que se establece una diferencia de sexo, árbol-fruto o tamaño poseen la dualidad genérica. Dentro de ellos, les explico que hay un grupo llamado "heterónimos" en el que masculino y femenino son dos palabras distintas, con distinto lexema (esto del lexema ya se vio en la unidad uno). Los ejemplos del libro son muy claros: caballo-yegua, toro-vaca. Los niños sonríen satisfechos, seguros de saberlo.

Tuyas, no mías, tejo estas guirnaldas,
que en mi frente renovadas pongo.
Para mí teje las tuyas,
que las mías no veo.
Si no pesa en la vida mejor gozo
que vernos, veámonos, y, viéndonos,
sordos conciliemos
lo sordo insubsistente.
Coronémonos pues unos a otros,
y brindemos unísonos a la suerte
que haya, hasta que llegue
la hora del barquero.


Aunque ya hemos leído algunos poemas de Neruda y de mi inevitable Iribarren —ayer, Javier, un iluminado de doce años, me dio un folio con sus primeros poemas manuscritos al tiempo que me devolvía mi antología de Iribarren—, aún no les he hablado de Pessoa. En realidad, hace tiempo que me enseñaron a no hablar de aquello que no conozco, así que mucho me temo que me abstendré de hablarles del poeta portugués. Sin embargo, mañana, quizás, no podré evitar decirles que una vez hubo un poeta que se multiplicaba en otros: Ricardo Reis, Álvaro de Campos, Alberto Caeiro. Les hará ilusión, seguro, y pedirán que les lleve un poema de ese hombre tan raro.

¡Tan pronto pasa todo cuanto pasa!
¡Tan joven muere ante los dioses cuanto muere!
¡Todo es tan poco!
Nada se sabe. Todo se imagina.
Circúndate de rosas, ama, bebe
y calla. Lo demás es nada.


Para el lunes, como ya hemos terminado de leer Campos de fresas, les he dicho que busquen la letra en inglés y en español de "Strawberry Fields Ferever", de The Beatles, y que la copien en el cuaderno. Les contaré la triste historia de Lennon, les mentiré algo —como siempre— y les contaré por qué mi sobrino Jorge se llama así.

No solo vino; sino con él el olvido, vierto
en la copa: seré ledo porque la dicha
es ignara. ¿Quién, recordando
o previendo, sonreirá?

De los brutos, no la vida, sino el alma,
consigamos, pensando; recogidos
en el impalpable destino
que no espera ni recuerda.

Con mano mortal elevo a la inmortal boca
en frágil copa el pasajero vino,
turbios los ojos hechos
para dejar de ver.


Hace noche de Ricardo Reis. Llueve. Y existe la conciencia en el ambiente de que todo —lo bueno y lo malo— pasará.

No solo quien nos odia o nos envidia
nos limita y oprime; quien nos ama
no menos nos limita.
Que los dioses me concedan que, libre
de afectos, tenga la fría libertad
de las cumbres desnudas.
Quien quiere poco, tiene todo; quien nada quiere
es libre; quien no tiene y no desea,
hombre, es igual a los Dioses.

lunes, 24 de octubre de 2011

Sé buena, dime cosas incorrectas.


Tan cierto como que hay Dios, tan cierto como que el odio es un neanderthal con un martillo de percusión, tan cierto como que el siroco (al igual que el cartero) siempre llama dos (y muchas más) veces. "Sé buena —dice Luis Alberto de Cuenca—, dime cosas incorrectas. Un ejemplo: que Occidente no te parece un monstruo de barbarie dedicado a la sórdida tarea de cargarse el planeta". Mejor lo pongo entero. Pulsa el play y lee.





"Political Incorrectness"


Sé buena, dime cosas incorrectas
desde el punto de vista político. Un ejemplo:
que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente
no te parece un monstruo de barbarie
dedicado a la sórdida tarea
de cargarse el planeta. Otro: que el multi-
culturalismo es un nuevo fascismo,
sólo que más hortera, o que disfrutas
pegando a un pedagogo o a un psicólogo,
o que el Mediterráneo te horroriza.
Dime cosas que lleven a la hoguera
directamente, dime atrocidades
que cuestionen verdades absolutas
como: "No creo en la igualdad". O dime
cosas terribles como que me quieres
a pesar de que no soy de tu sexo,
que me quieres del todo, con locura,
para siempre, como querían antes
las hembras de la Tierra.




La cosa, como se ve, va de música y poesía. Lo que le faltaba a Luis Alberto de Cuenca. No tenía bastante con la letrilla aquella que le escribió al Gurruchaga sobre la Caperucita y el Lobo. Ahora se alía con Loquillo en un disco titulado como la antología publicada en Renacimiento, Su nombre era el de todas las mujeres. No es mala cosa, desde luego, sobre todo cuando uno tiene que soportar a alumnos inframentales que creen que leidigagá es la quintaesencia de la música y la puta modernidad (o posmodernidad), o cuando hay profesores cuya máxima aspiración es que el viernes de dolores [sic] sea uno de los días que el consejo escolar municipal [resic] incluya en la mochila de los feriados.



No sé si han visto el vídeo de la sodomización a Gadafi, pero a estas alturas de carnaval es una imagen muy certera de lo que a uno se le ocurre día sí día también con la mayoría de las cosas que me rodean. Yo no tengo rifles a mano —una lástima, a veces—, y mi madre siempre me dijo que no cogiera los palos del suelo, que era de mala educación. Así que, como máximo, tengo que imaginarme metiéndole el libro —o el disco— por la boca al primer capullo que se me cruza por la mañana.






"La malcasada"



Me dices que Juan Luis no te comprende,
que sólo piensa en sus computadoras
y que no te hace caso por las noches.
Me dices que tus hijos no te sirven,
que sólo dan problemas, que se aburren
de todo y que estás harta de aguantarlos.
Me dices que tus padres están viejos,
que se han vuelto tacaños y egoístas
y ya no eres su reina como antes.
Me dices que has cumprido los cuarenta
y que no es fácil empezar de nuevo,
que los únicos hombres con que tratas
son colegas de Juan en IBM
y no te gustan los ejecutivos.
Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?
¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?
¿Que dé un golpe de estado libertario?
Te quise como un loco. No lo niego.
Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo
era una reluciente madrugada
que no quisiste compartir conmigo.
La nostalgia es un burdo pasatiempo.
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.




En fin, lo de siempre —pero más—, que nunca se acaba. Se puede estar sin escribir, sin salir, sin gastar. Con las constantes vitales por debajo del umbral de lo aconsejable, con poco alcohol en las venas y con muchas agujeros en el banco. Se pueden fregar los platos justo después de comer, se puede limpiar la casa los sábados por la mañana y quitar el polvo un par de veces por semana. Incluso se debería echar un buen par de polvos, no digo yo que dos veces por semana, pero sí de vez en cuando, con alguna torda desaconsejable. La cosa sigue siendo igual. El curso de los acontecimientos no necesita de nuestra presencia. En la mayoría de las ocasiones, nos sobrepasa.







"El imbécil"


Era una criatura detestable
en el plano moral, un ser abyecto,
una abominación lovecraftiana.
No era tampoco guapa, ni atractiva,
ni graciosa, ni joven, ni simpática.
Era un montón perverso de basura.
Pues fuiste tan imbécil que por ella
dejaste a la que amabas y vendiste
tu alma en los bazares de la noche.

domingo, 21 de agosto de 2011

Bebiendo la luz (II).


Como los dos sufrimos insomnios y sirocos en verano; como a los dos no nos basta con las anacreónticas de Meléndez Valdés ni con toda la poesía del XVIII; como se nos caen de las manos frascos de cristal o vasos de whisky que nos dañan el cuerpo y lo que no es el cuerpo; como solemos comportarnos como payasos cuando nos miramos en los espejos; como sucede todo eso, mi querido Pablo, acéptame estos poemas de Sánchez Rosillo que tú me enseñaste sobre el tiempo y sus estragos, sobre la dicha que termina y la lejanía que nos alcanza. Sirvan los dos o tres que copio más abajo para que sepas que hoy es sábado, que hace calor en Sevilla, que el vecino del quinto vuelve a toser y que, mientras escribo, el hielo se derrite en el vaso.


All passion spent

Cuánto trabajo cuesta, cuando la dicha acaba,
Admitir que acabó y aceptar dignamente
Esa nada terrible que sigue a la hermosura.
Ha cesado el encanto y ya no somos dueños
De aquella llamarada: tanta luz, maravilla
De lo que siendo efímero semeja eternidad.
Ahora vuelven los días a ser hábito triste,
Tiempo destartalado en el que va cumpliéndose
Nuestro destino de hombres. “No puede ser
-decimos- verdad esta indigencia en que nos ha dejado,
De repente, la vida; un mal sueño nos tiene”.
Y removemos, tercos, la escoria de la luz.
Pero nada encontramos. Y respiramos muerte.


Nunca

Ya nunca oiré la voz
de alguien joven diciendo para mí, también joven,
las palabras aquellas que escuché algunas veces
mientras duró la juventud, acaso
las únicas palabras que merazcan oírse:
«Amor mío, amor mío». Labios trémulos
las pronunciban. Sé que es imposible
que ese tiempo regrese y que yo vuelva a oírlas
con estremecimiento como entonces.
Lo sé, lo sé muy bien. Y qué terrible
resulta esta verdad tan sin remedio,
esta miseria absurda y para siempre.


Lejos

Cómo se desdibujan con los años
los detalles precisos de la felicidad:
el verdadero tono de tu voz, los matices
de tu pelo y tu piel bajo la luz dorada
de aquel febrero insólito, el acento
con el que pronunciabas las palabras
mágicas y suales del amor, tu manera
de reír, de mirarme. El recuerdo aproxima
el agua a nuestros labios, pero el tiempo
no nos deja beber. Tantean los ojos
en la noche cerrada y la memoria es sueño
que solo vagamente me devuelve tu imagen.



Además, como sé que son de tu agrado los ejercicios de literatura comparada, permite a este torpe muchacho, que tan poco sabe ya ordenar lo que archiva en la memoria, acercarte tres miradas de Rosillo, Szymborska y Borges a sus yos respectivos, mucho más jóvenes.


"Retrato del poeta adolescente", de Sánchez Rosillo.

Cuánto tiempo ha pasado, cuántas cosas
que has vivido olvidaste. Pero aún puedes,
si miras hacia atrás, ver a lo lejos
a aquel muchacho apenas parecido
al hombre que ahora eres.
En la tarde
de un antiguo verano está sentado
debajo de la acacia que hace poco
cantaste en otros versos. Deja el libro
que en las manos tenía, y mira el campo
mientras piensa o sueña.
Después abre un cuaderno
y escribe allí un poema que tú ya no recuerdas.


"Adolescente", de Szymborska.

¿Yo, adolescente?
Si de repente, aquí, ahora, se plantara ante mí,
¿tendría que saludarla como a una persona próxima,
a pesar de que es para mí extraña y lejana?

¿Soltar una lágrima, besarla en la frente
por el mero hecho
de que tenemos la misma fecha de nacimiento?

Hay tantas diferencias entre nosotros
que probablemene sólo los huesos son los mismos,
la bóveda del cráneo, las cuencas de los ojos.

Porque ya sus ojos son como un poco más grandes,
sus pestañas más largas, su estatua mayor
y todo el cuerpo recubierto de una piel
ceñida y tersa, sin defectos.

Nos unen, es cierto, familiares y conocidos
pero casi todos están vivos en su mundo,
y en el mío prácticamente nadie
de ese círculo común.

Somos tan diferentes,
pensamos y decimos cosas tan distintas.
Ella sabe poco,
pero con una obstinación digna de mejores causas.
Yo sé mucho más,
pero, a cambio, sin ninguna seguridad.

Me muestra unos poemas
escritos con una letra cuidada, clara,
que no tengo ya desde hace tiempo.

Leo y leo esos poemas.
A lo mejor este de aquí,
si lo acortáramos,
y lo corrigiéramos en un par de lugares.
El resto no augura nada bueno.

La conversación no fluye.
En su pobre reloj
el tiempo es barato e impreciso.
En el mío mucho más caro y exacto.

Al despedirnos nada, una especia de sonrisa
y ninguna emoción.

Sólo cuando desaparece
y olvida con las prisas la bufanda.

Una bufanda de pura lana virgen,
a rayas de colores,
hecha a ganchillo
por nuestra madre para ella.

Todavía la conservo.


El otro, de Borges.




Buenas noches, Pablo.


jueves, 11 de agosto de 2011

Böll und Blum.


Acabo de ver en la tele a una gorda probándose el vestido de novia de su vida y llorando. Por lo que se ve, hay un programa donde la basca se dedica a eso: una torda que dice que se va a casar se lleva a su madre y a sus amigas a una tienda cara para elegir el vestido de su boda. Allí, una tele las graba soltando sus despapuchos —y sus lágrimas— y corriéndose vivas cuando le dicen a la jai lo guapísima que está. Yo, en momentos como estos, siempre pienso en la gripe porcina aquella que salió hace tiempo. No sé por qué, pero siempre pienso en lo mismo, y me imagino a los viruses de la gripe porcina devorando a la novia gorda de la tele, y a su madre, y a las zorris de sus amigas, y dándole a su novio imbécil por el ojete y todo lo demás. Yo pienso muchas cosas de esas, casi todo el día. Me parece lo más normal del mundo.

Ya, con la cosa, me he engorilado y he hecho un par de rondas zapeadoras por los veintinueve canales de tv que hay en el piso. Mi debilidad son los de adivinos expertos en mediummidad [sic]. Algunos de ellos dicen cosas acojonantes que te hacen desear que Diana, la de la serie V, nos hubiese mandado, en los ochenta, a todos los humanos a la cámara de conversión. Por ejemplo, había un tío hace un par de años que decía que había ganado un concurso de adivinos en Avignon (Víctor y yo flipábamos con este). La cosa no es lo que hubiese ganado. A mí me intrigaba por qué cojones, entre todas las ciudades del mundo, el jambo aquel eligió Avignon. Hay otra tía, de nombre Aída, que reparte consejos matrimoniales y de salud y siempre se despide alzando los brazos y diciendo "un beso de luz". Después hay otro tío de pelo largo que se pone a bailar música disco y a hacer movimientos que él considerará sugerentes mientras sostiene una bola de cristal. Hay gente muy cogida en la tele, de verdad.

Claro que el cogido tengo que ser yo por flipar con eso. También me gustan los canales de teletienda. No los que ofrecen cosas para ponerse fuerte (máquinas para abdominales, vshaper, zapatos especiales con los que te salen más músculos que a he-man cuando sacaba la espada y gritaba por el poder de grayskull yo tengo el poder), no, esos no. Me interesan los de cocina. Los cortadores, los peladores, las ollas que cocinan sin aceite sin fuego y casi sin olla, las sartenes de titanio, que, a propósito, es el mismo material con el que se fabrican las naves espaciales —eso dice el anuncio y yo me lo creo— y todo lo demás. En fin, un lío.

Así que en esta noche tenía pocas cosas que hacer. La tele y sus arrabales, escuchar en la radio —hora25, la brújula, la linterna, 24horas— lo mal que está todo a pesar del repunte hoy de los parqués mundiales y la subida de los valores más cotizados del ibex35, más libros, más pelis... Solución de emergencia: trago de Jack —ese amigo que nunca falla—, un disco de Sonny Rollins que compré ayer —el único grande al que he visto en directo— y a tristear soltando mis jeremiadas en un nuevo post.

En realidad, me he quedado sin espacio para hablar de El honor perdido de Katharina Blum, una novelita de Heinrich Böll, que era de lo que yo quería hablar. Este, Böll, era un tipo que tenía pendiente desde hace muchos años. Desde el 99, por lo menos, cuando estaba en primero de carrera y no tuve otra ocurrencia que elegir como "Segunda lengua y su literatura" alemán. Me veía yo ya leyendo a Nietzsche en alemán, con todos mis cojones. Igualito que aquella vez que me matriculé en el conservatorio porque quería aprender a tocar el piano. La joda fue que primero me tenía que tragar un año entero de solfeo y el piano ni lo olía. Por supuesto, no sé tocar ni el organillo, aunque tengo mi primero de solfeo aprobado, eso sí. El caso es que el profe de aquella asignatura, Kurt noséqué, nos hablaba de vez en cuando de literatura. Y a mí me llamó la atención el nombre de Heinrich Böll, sería por la diéresis, que me lo hacía muy exótico. Y recuerdo que nombró esa novelita, apenas cien páginas, El honor perdido de Katharina Blum. Además me llamó la atención el título. Eso de que una señora con ese nombre tan respetable perdiese algo tan importante como el honor me ponía mucho a mí en aquella época, también ahora.

Como el DRAE es fuente inagotable de placer y verdad, dice esto de "honor" en su tercera acepción: "Honestidad y recato en las mujeres, y buena opinión que se granjean con estas virtudes". Con un toque kafkiano, la pobre Katharina, como suele ser habitual, se hace merecedora de toda la mala reputación por enamorarse del hombre que no debe. En realidad, son un periódico y un periodista quienes se dedican a difamarla a base de bien. Ella, claro, le da matarile al plumilla y, muerto el perro, se acabó la rabia (y se abrieron las prisiones, se entiende). Tranquis, no desvelo nada, toda la novela es un flash-back a partir de ese dato inicial. Tipo Él túnel, por ejemplo, de Sabato. Además del interés de la propia historia, el narrador es frío, distante y obsesivamente objetivo. Tanto que nos hace sospechar. Ya lo decía el gran Lázaro Carreter: "El objetivo de la educación es hacer desconfiar de la evidencia" (cita facilitada por Muriel).

A la pobre Katharina le quitaron el honor por enamorarse. A las honorables novias de la tele las sacan en prime time para que todos queramos tener una vida mortadela como las suyas. Los videntes premiados honorablemente en avignones y otras ciudades lejanas echan sus cartas y reparten sus besos de luz para solucionar los problemas de la gente a razón de euro sesenta el minuto. Apuro el segundo jack. Artaud lo vio claro: "Me destruyo para saber que soy yo y no todos ellos".

EL INFORME que sigue se basa en algunas fuentes secundarias y en tres principales, que se nombran al principio una vez, pero que más tarde no se vuelven a mencionar. Las fuentes principales son atestados policíacos, el abogado doctor Hubert Blorna y el fiscal Peter Hach, compañero de estudios del anterior, quien -de manera confidencial, se entiende- completó el sumario, añadiendo ciertas actuaciones de la autoridad y los resultados de diversas pesquisas. Huelga subrayar que este trabajo tuvo carácter extraoficial, y que sus conclusiones se destinaron exclusivamente a uso privado, porque al fiscal le llegaba al alma el disgusto de su amigo Blorna. Éste no encontraba una explicación para todo lo ocurrido y, a pesar de ello, “si lo analizaba bien, no le parecía inexplicable, sino más bien lógico”. El caso de Katharina Blum, en vista de la actitud de la acusada y de la difícil posición de su defensor, doctor Blorna, aparecerá, de todos modos, más o menos ficticio, y ciertas pequeñas incorrecciones, como las que cometió Hach, resultan comprensibles e incluso disculpables. No hace falta mencionar aquí las fuentes secundarias, unas de mayor y otras de menor importancia, ya que el mismo informe demostrará sus vínculos, enredos y confusiones, y pondrá de manifiesto la consternación que produjeron.


sábado, 6 de agosto de 2011

Bebiendo la luz (I).


A vueltas, como siempre, con el descubrimiento, que puede suceder cuando y donde sea. El último se llama Confidencias, una antología del poeta murciano Eloy Sánchez Rosillo en la editorial Renacimiento. Las formas de llegar al descubrimiento, decía, son muchas. La historia ha dejado escritas algunas de ellas: el huevo como ejemplo de la redondez del mundo y la búsqueda de unas Indias que no fueron las que tenían que ser, la manzana gravitatoria, Arquímedes y su baño que me enseñaron en la física del instituto...

También se descubren libros, personas. Suelen ser apariciones, fulgores —una palabra muy de Rosillo—, a las que solemos lanzarnos para atrapar, mientras duran, toda la luz que podamos. A veces, es una luz disfrazada de pavesa, que se nos clava en los ojos muy rápidamente pero cuyo calor pronto desaparece. Otras, en cambio, es un fuego cálido, o una llamarada, que prende, crece y, aun en los momentos más fríos, nos calienta con su rescoldo omnipresente. De todo nos encontramos en la vida, de todo nos tenemos que saciar. La historia de la literatura —y de la vida— nos lo lleva diciendo siglos. Carpe diem. Collige, virgo, rosas.

Aviso de caminantes

En la suma de días indistintos
que la vida da al hombre, acaso hay uno
en que el destino, trágico y hermoso,
pasa por nuestro lado y el azar manifiesta
una insólita luz, un desusado
fulgor inconfundible.
Pero no has de dudar. Ten el coraje,
cuando llegue el momento,
de abandonar las cosas con que siempre
te engañó la costumbre, y sube pronto
a ese carro de fuego.
Poco dura
el milagro.
Después, si te negaras
a partir, sólo noche
merecerás. Y nunca, aunque quisieras,
podrás comprar la luz que despreciaste.



El fulgor del relámpago

Hay cosas que la vida te da cuando ya apenas
podías esperarlas, y su luz
maravillosa, elemental, purísima,
te hace feliz de pronto. Y desgraciado,
pues comprendes que no te corresponde
ese milagro ahora y que no debes
a ciegas entregarte a lo que era
propio tal vez de otro momento tuyo,
de un momento anterior, cuando tenías
fuerzas para ser libre.
Mas déjate llevar, y vive esa hermosura
con coraje, sin miedo. A qué pensar
en lo que te conviene. Es muy fugaz la dicha.
No la desprecies. Tómala. Y apura
el fulgor del relámpago.
Después,
tiempo tendrás para seguir muriéndote.



La necesidad, sea el tiempo que sea, que todos tenemos de seguir vivos, de sentirnos vivos, no en el recuerdo, no en la rememoración de lo que fue o pudo haber sido, sino el deseo humano de vivir en presente, sin pensar en más tiempo que en ese, es un tema central de la poesía de Sánchez Rosillo. También el paso del tiempo, la rememoración prudente, sosesagada, reflexiva, de la dicha pasada. Esto lo entronca con poetas como Machado o, por ejemplo, con Zagajewski o Szymborska. Pero eso ya es parte del siguiente post. Sirvan, como adelanto, estos cuatro versos.

Hoy

Toqué entonces el mundo: lo hice mío, fue mío.
Han pasado los años.
Ahora ya solo soy
el que recuerda, el que vivió, el que escribe.

viernes, 29 de julio de 2011

Presupuestos.

Te despiertas con las ideas claras. "No volveré a probar el vino moscatel", te repites. Miras el correo. Compruebas a las seis y media de la mañana si ha llegado algún presupuesto noctívagamente transgresor. Nada de nada, desde luego. Las hipotecas son imanes para el siroco. El siroco se extiende y escuchas a Johnny Cash. Otra gente aparece. Los pelotis mientras lees a Valente no van a cambiar nada. Has visto The Million Dollar Hotel ahora, y la tenías pendiente desde el año dos mil, cuando la cosa hacía daño. También llevas sin ver una peli de Bergman desde el verano dosmilsiete, pero tampoco has tenido sitio, ni ganas, ni nada. No has comido coquinas desde hace tiempo. No has vuelto a andar por la playa. Hay poetas a los que vas a tocar más pronto que tarde, lo sabes. Hay nombres que no olvidarás. Esta semana, has montado muebles de ikea, no sabes cuántos, pero muchos. Mil, dos mil. Te duelen las manos, tienes sueño. Estás cansado. Pero ni tu sueño ni tu cansancio importan. Autómata tienes que ser. Y cumplir. Esperar que te vayan llegando los presupuestos, esos que no llegan, y cuadrar tus números para tener un hogar, dulce hogar.

Cuando dejé La Antilla tenía pensado un post con dos poemas, uno de Luis Rosales y otro de Claudio Rodríguez, que hablaban de casas, de habitar y cosas de esas. No lo escribí. Mentí la última mañana cuando dije que no iba a echar de menos la casa. Qué iba a hacer. "Y nunca habitará su casa", terminaba el de Rodríguez. Ahora trato de habitar una nueva, aunque es difícil. Los veranos no siempre son fáciles.


La batalla

Venían como turbios guerreros,
como las metamorfosis de dios
en cerrado escuadrón, interminables.

Venían como hembras hambrientas
a las alucinadas puertas de la noche.

Venían como reptiles que a la vez fueran pájaros
de bífido canto.

Venían en bandadas
rodeando tu frente,
haciendo crujir tus huesos
como crujen los muros
de una torre cercada.

Se oían en el horizonte
como manada o mar de búfalos salvajes.

Tú me llamaste.

Venían como un torbellino,
en un solo tropel o en una sola
y poderosa voz.

Mas yo estaba a tu lado,
Experto al fin en todas las derrotas.

Podía y quise combatir contigo.

José Ángel Valente