lunes, 24 de octubre de 2011

Sé buena, dime cosas incorrectas.


Tan cierto como que hay Dios, tan cierto como que el odio es un neanderthal con un martillo de percusión, tan cierto como que el siroco (al igual que el cartero) siempre llama dos (y muchas más) veces. "Sé buena —dice Luis Alberto de Cuenca—, dime cosas incorrectas. Un ejemplo: que Occidente no te parece un monstruo de barbarie dedicado a la sórdida tarea de cargarse el planeta". Mejor lo pongo entero. Pulsa el play y lee.





"Political Incorrectness"


Sé buena, dime cosas incorrectas
desde el punto de vista político. Un ejemplo:
que eres rubia. Otro ejemplo: que Occidente
no te parece un monstruo de barbarie
dedicado a la sórdida tarea
de cargarse el planeta. Otro: que el multi-
culturalismo es un nuevo fascismo,
sólo que más hortera, o que disfrutas
pegando a un pedagogo o a un psicólogo,
o que el Mediterráneo te horroriza.
Dime cosas que lleven a la hoguera
directamente, dime atrocidades
que cuestionen verdades absolutas
como: "No creo en la igualdad". O dime
cosas terribles como que me quieres
a pesar de que no soy de tu sexo,
que me quieres del todo, con locura,
para siempre, como querían antes
las hembras de la Tierra.




La cosa, como se ve, va de música y poesía. Lo que le faltaba a Luis Alberto de Cuenca. No tenía bastante con la letrilla aquella que le escribió al Gurruchaga sobre la Caperucita y el Lobo. Ahora se alía con Loquillo en un disco titulado como la antología publicada en Renacimiento, Su nombre era el de todas las mujeres. No es mala cosa, desde luego, sobre todo cuando uno tiene que soportar a alumnos inframentales que creen que leidigagá es la quintaesencia de la música y la puta modernidad (o posmodernidad), o cuando hay profesores cuya máxima aspiración es que el viernes de dolores [sic] sea uno de los días que el consejo escolar municipal [resic] incluya en la mochila de los feriados.



No sé si han visto el vídeo de la sodomización a Gadafi, pero a estas alturas de carnaval es una imagen muy certera de lo que a uno se le ocurre día sí día también con la mayoría de las cosas que me rodean. Yo no tengo rifles a mano —una lástima, a veces—, y mi madre siempre me dijo que no cogiera los palos del suelo, que era de mala educación. Así que, como máximo, tengo que imaginarme metiéndole el libro —o el disco— por la boca al primer capullo que se me cruza por la mañana.






"La malcasada"



Me dices que Juan Luis no te comprende,
que sólo piensa en sus computadoras
y que no te hace caso por las noches.
Me dices que tus hijos no te sirven,
que sólo dan problemas, que se aburren
de todo y que estás harta de aguantarlos.
Me dices que tus padres están viejos,
que se han vuelto tacaños y egoístas
y ya no eres su reina como antes.
Me dices que has cumprido los cuarenta
y que no es fácil empezar de nuevo,
que los únicos hombres con que tratas
son colegas de Juan en IBM
y no te gustan los ejecutivos.
Y yo, ¿qué es lo que pinto en esta historia?
¿Qué quieres que haga yo? ¿Que mate a alguien?
¿Que dé un golpe de estado libertario?
Te quise como un loco. No lo niego.
Pero eso fue hace mucho, cuando el mundo
era una reluciente madrugada
que no quisiste compartir conmigo.
La nostalgia es un burdo pasatiempo.
Vuelve a ser la que fuiste. Ve a un gimnasio,
píntate más, alisa tus arrugas
y ponte ropa sexy, no seas tonta,
que a lo mejor Juan Luis vuelve a mimarte,
y tus hijos se van a un campamento,
y tus padres se mueren.




En fin, lo de siempre —pero más—, que nunca se acaba. Se puede estar sin escribir, sin salir, sin gastar. Con las constantes vitales por debajo del umbral de lo aconsejable, con poco alcohol en las venas y con muchas agujeros en el banco. Se pueden fregar los platos justo después de comer, se puede limpiar la casa los sábados por la mañana y quitar el polvo un par de veces por semana. Incluso se debería echar un buen par de polvos, no digo yo que dos veces por semana, pero sí de vez en cuando, con alguna torda desaconsejable. La cosa sigue siendo igual. El curso de los acontecimientos no necesita de nuestra presencia. En la mayoría de las ocasiones, nos sobrepasa.







"El imbécil"


Era una criatura detestable
en el plano moral, un ser abyecto,
una abominación lovecraftiana.
No era tampoco guapa, ni atractiva,
ni graciosa, ni joven, ni simpática.
Era un montón perverso de basura.
Pues fuiste tan imbécil que por ella
dejaste a la que amabas y vendiste
tu alma en los bazares de la noche.